Revista de La Reina de Cuba

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Año 4 -  No 7 - Julio, 2007

cancion  cantautor   musica cuba
   DE LA HISTORIA



CHICO O'FARRILL.       Un músico cubano a la orilla del Hudson 

               Por Jorge Ulla                       

Cineasta cubanoamericano produjo 

los dos últimos discos de O'Farrill.

     Esa noche --viernes 6 de julio del 2001-- no hubo tempestad. Ya no tenía que atacar los bastiones de la música como lo había hecho en su juventud y ahora sus partituras de fuego se escuchaban serenas y triunfales, como se contempla hoy día la furia del Guernica. Chico O'Farrill vencía al morir, que viene a ser lo más cercano a la inmortalidad. El memorial de este gigante --St. Peter's Church, favorita de los jazzistas que se despiden, Avenida Lexington y Calle 54-- sellaba ante cerca de 1,500 personas la obra proteica y el diálogo tenaz de más de sesenta años entre un hombre que crea y el Creador que lo engendró: lucha entre límites, arte y vida como enemigos eternos y amantes inseparables.

     De 7:30 a 10:30 de la noche el recorrido musical pasó balance. Manteca, juguetona tonada de cuatro compases, se tornó lujuriosa y brillante en el tratamiento sinfónico que le otorgó O'Farrill en su Manteca Suite. Si Dizzy Gillespie y Chano Pozo tuvieron la 

chispa inspiradora, no fue sino la alquimia de Chico la que trocó en trascendente lo efímero de aquellos vapores. Su orquesta, con Arturo O'Farrill al frente y Wynton Marsalis como invitado especial, supo hallar placer en cada discontinuidad deliberada, fulgor en cada nota de apariencia irreconciliable. Que Wynton portara esa noche una trompeta que había pertenecido a Dizzy valorizó aún más el desbordado contenido histórico de la velada.

     Pure Emotion se hizo standard con el checo George Mraz en el bajo, Steve Berrios en los drums, Wynton en la trompeta y Arturo en el piano. Placer de escuchar a un compositor cubano que al hacer baladas se bandea entre Duke Ellington y Cole Porter.

     

     El verdadero gran artista --un novelista, un poeta, un pianista, un pintor-- se confirma como tal no sólo en la perfección que nos permite percibir de inmediato, sino en la infinitud de nuevos hallazgos que vamos descubriendo con el tiempo: ninguna imagen, ninguna frase, ningún sonido estará en su obra por gusto o se quedará estático, sino que nos compelerá a soñar y adivinar otra poética. Así ocurrió con Pianitis (con Arturo al piano); con Havana Blues, que produjo un hermoso encuentro de dos generaciones entre Paquito D'Rivera y Chocolate Armenteros acompañados por la orquesta: blues de La Habana que electrizaron el salón donde se honraban las cenizas del maestro O'Farrill. Así ocurrió con Afro-Cuban Jazz Moods, otra pieza magistral que rebasa el género al que fue destinada.

 

     Los que hablaron no perdieron un compás a la hora de crear el debido contexto histórico para Arturo Chico O'Farrill Theye (1921-2001). El musicólogo Phil Schaap dijo que O'Farrill se insertaba en la gran música con un muestrario de trabajo que iba del pop a lo sinfónico clásico. Afirmó que aparte de ser uno de los creadores, junto a Mario Bauzá, de la vertiente conocida como "jazz latino'', O'Farrill había sido quien mejor había "explicado'' dicho género. El crítico Ira Gitler lamentó la pérdida de "un amigo'' de una riqueza intelectual incomparable y se refirió a su legendario apartamento de West End Avenue en Nueva York --donde ahora habitan la fiel Lupe y el gato Igor Stravinsky II-- como un salón renacentista por donde pasaban creadores de nombre y donde se bebía en plural. A nadie se le escapó el humor del músico, su gracia habanera y su elegancia de otros tiempos. 

    La elegía que leyó Arturo, texto terso, brillante, sin rebuscamientos, casi una pieza perfecta de música, demostró que la herencia queda en buenas manos. Cuando el escritor Oscar Hijuelos se dispuso a introducir la Suite de jazz afrocubana no le sobró un adjetivo ni le faltó una lágrima: así pagó la deuda de su premio Pulitzer con O'Farrill. Escuchando esta suite, escrita entre La Habana y Nueva York, mi memoria se remontó a dos viejas temáticas discutidas con Chico en varias ocasiones: la colonialidad mental y la música blanca vs la música negra en Cuba. El primero de los temas, puesto de moda en algún momento de la frenética política criolla de las últimas cuatro décadas, tenía a O'Farrill sin cuidado. En ocasiones dijo haber mirado al norte, atraído por la riqueza armónica de la música americana. Su frase de que aspectos repetitivos de la música cubana se le hacían aburridos no era una boutade

 

     Sólo que, acto seguido, afirmaba con cierto dejo de nostalgia cómo --al igual que le ocurriera a Lydia Cabrera junto al Sena-- él había descubierto a Cuba junto al Hudson. Desde la otra isla --Manhattan-- O'Farrill universalizó sus raíces y, en lo cubano, demostró que ya no tenía sentido hablar de música blanca y música negra.

     O'Farrill deja partituras significativas por lo que redundaron en un matrimonio de formas cubanas --negras y europeas-- con formas modernas americanas. El catálogo incluye piezas sinfónicas como su Fantasía de clarinete, tocada recientemente por D'Rivera en Nueva York. De colaboraciones en sus días habaneros --chachachás, boleros, descargas-- a divertimentos pop con David Bowie o el Ringo de los Beatles; 

de su trabajo como codiciado arreglista --más de las veces fantasma-- a su obra como compositor, prima en todo ello una riqueza y un superior colorido orquestal que describen, no sólo sus sólidos conocimientos, su talento y dominio técnico, sino una clara posición estética que sirvió igual para aderezar un Chicago para Count Basie como para componer Tres danzas cubanas. ¿Cómo ubicar a este hombre que pareció haberlo hecho todo en su campo? ¿Qué crédito otorgará el tiempo a su legado que, por implicación, impactó incluso el arreglismo del género tropical salsa? ¿A dónde irá a parar su aporte, descrito por la revista Time como "siempre en el background'' y que por ahora goza de veneración cultista en el jazz? ¿Se acordarán de él sus descendientes musicales a lo largo y ancho de esa amplia patria que fue su música? ¿Hallará su país de origen espacio para algunas de sus obras, quizás junto a La rebambaramba de Amadeo Roldán?

 

     Por ser tan diversa, la obra de O'Farrill podría confundir a algunos. Sin embargo, su Suite de jazz afrocubana y su Suite azteca --lo de "azteca'' queda entre broma y obsequio a su Lupe-- bastarían para elevarle al panteón de los grandes de la música cubana. Fina es la ironía del desarraigo: Chico O'Farrill vivió fuera de Cuba casi toda su vida y aun así deja una innovadora página a la música cubana. Al final, habría que dar gracias al río Hudson. Y a los orishas, por supuesto.

Publicado el lunes, 16 de julio de 2001 en El Nuevo Herald
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