Nacido en Bolondrón, Matanzas, a los 4 años se trasladó para el Central Manatí, en Las Tunas.

     En 1930, se radica en La Habana, donde comienza en 1931 su trabajo  profesional en el Café “Vista Alegre”, con el trío que formó junto al tresero Isaac Oviedo y el compositor, guitarrista y trovador Graciano Gómez.

En 1937 integra la orquesta del afamado compositor y pianista Antonio María Romeu en la que se convierte en el interprete por excelencia del danzón, llevando un sin numero de boleros y canciones de la época a este ritmo de moda. Con los años la agrupación terminó convirtiéndose en la Orquesta de Barbarito Diez.

    Barbarito Diez es una de las figuras cumbres de la historia de la Música Popular Cubana. Su forma de decir la canción, su sentido del ritmo, su impecable afinación, y una exclusiva manera de interpretar, lo hicieron único.     

      Lo llamaron el Príncipe del Danzón. El Danzón, el baile nacional cubano, el más aristocrático de nuestros géneros y probablemente el más definitorio de nuestro criollismo, justo al centro de esos dos polos que delimitan el gran abanico de la música cubana: la rumba y la canción trovadoresca. A Barbarito Diez también lo llamaron La Voz del Danzón. Su voz llegaba como envuelta en una inexplicable nube de nostalgia, suave, dulce, lejana como un brumoso recuerdo de otros tiempos hermosos y quizás algo tristes. Y con mucha más poesía de la que se pueda intentar para definirla o contarla.

     Apenas se movía al cantar. Solo el rostro en los momentos en que colocaba la voz. Los brazos caídos a ambos lados del cuerpo. No tocaba ningún instrumento. Nada sabía de música. Solo sabía cantar como nadie antes ni después. Y  cantó. Cantó, de la mejor manera que se han cantado, las más hermosas canciones escritas en Cuba. 

     Barbarito Diez es a la música cubana como un sello de distinción,  una marca, lo que puede ser el  Montecristo a los Habanos, el Bacardí al Ron. 

     Con una trayectoria de 58 años,  falleció el 6 de Mayo de 1995, a los 85 años en Manatí.